La leyenda cuenta que el Señor y brujo de una tribu prerromana, poseedor
de riquezas y de un extenso territorio entre las tierras de lo que hoy
son las provincias de Zaragoza, Soria y Guadalajara, enviudó y tuvo que
hacerse cargo de sus tres hijos, que se llevaban muy mal, guiados por la
envidia y la codicia por conseguir la herencia de su padre. Las duras
peleas entre los hijos iban siendo cada vez más frecuentes, hasta que el
padre, harto de las riñas entre sus hijos, decidió cargarles una
maldición eterna de tal manera que pudieran verse pero no hablarse,
convirtiéndoles así en tres altas montañas que situaría a cada extremo
del territorio para que sirviera de ejemplo para tribus cercanas: el
mayor, Moncayo; el mediano, Ocejón, y el pequeño, Alto Rey. Mucho tiempo
después, un niño subió al Alto Rey, el menor de los tres hermanos, y
pudo contemplar la vergüenza con la que se mostraban los hermanos.
Una vez arriba me dio por pensar que seguro que a estas alturas se les tenía
que haber pasado la envidia a los tres hermanos y ahora se mirarían henchidos
de orgullo.
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