Me encantan los mercados medievales, las calles se adornan de banderines
y coloridos puestos de artesanía y la gente se viste igual que lo
hacían en la época medieval. Además salen a la calle oficios casi
desaparecidos, donde la gente trabaja como lo hacían antaño: a mano.
Y desde Gijón se aceró a Tamajón Christian Marne, un cantero que trabaja la piedra como si fuese mantequilla. No os imagináis la destreza que tiene este artesano con el cincel y la maza, transforma trozos de dura piedra en casi cualquier cosa: bustos de personas que parecen respirar, volutas suaves o gárgolas con cabeza de dragón para evacual el agua de lluvia de los tejados que asombraban a todo el que pasaba por allí.
Y es que así da gusto salir a ver un mercado medieval.
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